En un sector como el nuestro (entorno industrial) en el que los riesgos laborales son variados y se ven representados diversos orígenes, podemos medir la madurez de la organización según el nivel de implantación de la prevención. Porque como todo proyecto, la implantación de la prevención en la empresa tiene varias fases.
1ª fase
Empezamos por lo más evidente, atacando los riesgos que pueden originar accidentes graves y con acciones que tienen un gran impacto: un impacto que se traduce en una mejora de los niveles de riesgo y que tiene unas consecuencias muy claras para los trabajadores.
Así pues, lo primero en mejorar son los riesgos relacionados con seguridad: atrapamientos en máquinas, caídas a mismo y distinto nivel, golpes y cortes, proyección de partículas, atropellos, etc.
En esta primera fase se ejecutan muchas actuaciones en planta e instalaciones, formación, instrucciones de trabajo, etc. Los indicadores bajan y los trabajadores reciben de buen grado el esfuerzo de la empresa por mejorar las condiciones de trabajo por lo que aumenta la motivación y la implicación…
Las evaluaciones de riesgos generales se amplían a equipos de trabajo, secciones, instalaciones auxiliares…, y se implantan las Inspecciones periódicas de seguridad, los controles de equipos y condiciones de trabajo… Mucho trabajo, pero eficaz y satisfactorio.
Durante un tiempo los accidentes se mantienen a raya porque los riesgos de seguridad están controlados al mismo tiempo que poco a poco se entra en la 2ª fase.
2ª fase
Aquí vamos un poco más allá de lo más evidente. Es donde empezamos a bucear en los riesgos higiénicos y nos topamos con el ruido, las vibraciones, los contaminantes químicos, las condiciones ambientales…
A base de mediciones y evaluaciones específicas detectamos situaciones en las que es necesario tomar medidas para proteger a los trabajadores de posibles efectos en su salud a largo plazo. La cosa se empieza a complicar… Las acciones correctoras no están nada claras. Reducir el ruido o la concentración de un químico en el aire es muy complicado, técnica y económicamente. Además, los trabajadores no entienden de forma tan clara el riesgo y las posibles consecuencias; por lo tanto, son reacios a adoptar medidas preventivas que son molestas y que dependen de ellos mismos. Estamos hablando de uso de EPIs o protocolos de higiene, por ejemplo.
En esta segunda fase es necesario realizar estudios más complejos por parte de empresas especializadas. El Servicio de Prevención Ajeno ya no nos ayuda en cuanto a solución de los problemas detectados y tampoco podemos hacerlo con el personal interno, ya que es necesario conocer muy bien el área de estudio. Así pues, se debe destinar una buena partida presupuestaria para el estudiar y ejecutar las acciones de mejora. Todo esto sin que deje de ser obligatorio el uso de EPIs, limitaciones en el tiempo de exposición, formación específica, etc.
Por lo tanto, en esta fase la percepción de los trabajadores cambia hacia que los esfuerzos realizados por la empresa en materia de prevención han disminuido al no ver acciones con un impacto directo en su seguridad. Los técnicos de prevención también se desmotivan, al tratarse de trabajos complicados, en los que los resultados no siempre son los esperados y que no son apreciados por la plantilla, que sigue exigiendo otro tipo de mejoras que, en muchas ocasiones, son de menor prioridad. Es una fase complicada para todos.
3ª fase
Cuando parece que se desatascan los problemas de riesgos higiénicos llega la tercera fase en la que los riesgos ergonómicos y psicosociales hacen su entrada triunfal. Dolores indeterminados, molestias varias, tirones inesperados…, se mezclan con falta de motivación y de liderazgo y otros factores con los que la empresa debe contar, pero poco puede hacer como la edad de la plantilla o la veteranía.
En esta fase se generan grandes planes para mejorar los riesgos psicosociales (formación, liderazgo, mejora en las condiciones de trabajo…) y también los ergonómicos (rotaciones, descansos, ejercicios de fortalecimientos, servicio de fisioterapia…). La imaginación de la empresa en materia de prevención debe desarrollarse al máximo implicando a toda la organización para controlar una situación donde la accidentabilidad puede llegar a desbordarse con accidentes inexplicables y que antes nunca se habían producido.
Como en el resto de las fases, la implicación de la dirección es fundamental e imprescindible que debe ir entendiendo las diferentes fases para poder llegar al fin último.
4ª fase
Integración real de la prevención. Toda la organización ha aprendido a distinguir los riesgos, sean más o menos evidentes, y también se valoran las actuaciones que se ejecutan, aunque implique un esfuerzo por parte de todo el personal. Los trabajadores están implicados al igual que la dirección y la comunicación fluye. El trabajo de prevención resulta más sencillo porque las condiciones acompañan y se consiguen mantener niveles de siniestralidad bajos con una motivación alta.
Todo funciona, aunque llegar hasta aquí es un largo y complicado viaje.
¿En qué fase os encontráis?