“Fiebre del soldador”, “fiebre del fundidor”, “fiebre de los humo metálicos”… son varios los nombres que se utilizan para llamar a enfermedad respiratoria que se deriva de la inhalación de partículas metálicas finas.
La causa principal está relacionada con la inhalación de humos de óxido de zinc producidos cuando el acero revestido de zinc o aleaciones que contienen zinc (por ejemplo, latón) se calientan a elevadas temperaturas.
Los soldadores están expuestos habitualmente a la inhalación de los humos originados cuando se sueldan piezas de metal o se realizan trabajos de recubrimiento, relleno …
La soldadura también puede provocar un envenenamiento por metal debido a la exposición a plomo, zinc, cobre o cadmio.
En casos extremos, el cadmio (presente en algunas aleaciones de soldadura de plata más antiguas) puede provocar la pérdida de conocimiento.
Síntomas
Los síntomas suelen ser de tipo febril, como escalofríos, mialgia, dolor de pecho, tos, sabor metálico en la boca, leucocitosis, dolor de cabeza, fatiga y malestar general.
Además, también se puede producir un sabor dulce o metálico en la boca, junto a la garganta seca o irritada, lo que puede provocar ronquera.
Los síntomas de una toxicidad metálica más grave pueden incluir también la sensación de ardor en el cuerpo, shock, falta de producción urinaria, desmayos, convulsiones, dificultad respiratoria, ojos o piel amarilla, sarpullidos, vómitos, diarrea acuosa o con sangre…, lo que requiere una atención médica urgente.
Los síntomas de tipo febril suelen desaparecer en un plazo de 24 a 48 horas.
Para recuperarse totalmente se suele necesitar de una a dos semanas de descanso y, por supuesto, sin exposición a los humos que nos han generado la enfermedad.
¿Cómo se diagnostica la fiebre?
Este es uno de los aspectos más difíciles, porque los síntomas varían de una persona a otra. Algunas veces se reduce el número de glóbulos blancos y en algunos casos el contenido de zinc aumenta en la orina y en la sangre.
Los síntomas también se parecen a los de otras enfermedades, lo que aumenta la dificultad para diagnosticarla a través de un examen físico normal.
Por consiguiente, es importante verificar el historial del paciente en el entorno de óxidos metálicos, historial laboral, naturaleza del trabajo, etc.
Prevención
La mejor manera de prevenir la “fiebre del soldador” es observar estas directrices:
EPI (equipo de protección individual): implementación completa de las normas internacionales y códigos de seguridad para el personal, incluidos los inhaladores de oxígeno y un sistema de ventilación. Cascos con “auto oscurecimiento, unidades de aire fresco… que mantienen los humos alejados del soldador.
Formación avanzada: formar a los trabajadores es esencial. Se les deberá instruir correctamente sobre la naturaleza reactiva de las sustancias químicas y el cuidado extra que deben tener cuando estén trabajando en un entorno metálico específico.
Informe de examen químico realizado antes de utilizar el equipo de soldadura o, en caso de trabajo a medida. Problemas graves como el óxido de cadmio se pueden evitar con facilidad determinando previamente el contenido químico.
Aspiración en el origen. Es decir, capturamos el humo antes de que éste llegue a las vías respiratorias del soldador. ¿Cómo? Intercalando entre el foco de producción de humo y los pulmones del trabajador un sistema que aspire el contaminante. Simplemente, aspiramos el humo en donde se produce…¡así de sencillo!
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