La inteligencia artificial (IA) está en boca de todos. Como muestra, no hace falta más que navegar un poco por Internet para ver cómo ChatGPT está revolucionando las redes. Este chatbot es una IA que simula una conversación y ofrece respuestas que cada vez suenan bastante más «humanas».
Pero las capacidades de la IA van mucho más allá, sobre todo gracias a los avances tecnológicos de los últimos años en potencia de cálculo, que permiten analizar los datos y huella digital que se genera en Internet y que son el combustible de la IA. Aunque este impulso de la IA no acaba más que empezar y es difícil predecir cómo puede cambiar el mundo en el que vivimos, es bien cierto que ya lo está haciendo mediante, por ejemplo, los algoritmos que recomiendan la música que escuchamos o las series que vemos.
Se están desplegando nuevas (y sorprendentes) capacidades como, por ejemplo, que un chatbot de servicios legales debute ante un tribunal de EE. UU. defendiendo un caso de impugnación de una multa de estacionamiento. El bot “escuchará” las intervenciones y dará instrucciones al abogado (humano) del acusado. El diferencial radica en la facilidad del bot para analizar, en segundos, toda la jurisprudencia disponible.
Casos como este podrían anticipar el inicio del fin de muchas profesiones tal y como las conocemos, aunque la IA no nos va a sustituir en el corto plazo. No tiene nuestra capacidad creativa ni emocional. Pero ante las ventajas que nos puede aportar, se presenta la oportunidad de realizar una transición hacia el concepto de nuevas formas de trabajo asistidas por inteligencia artificial.
Teniendo en cuenta todo esto, ¿podríamos aprovechar esta ola de innovación y aplicar IA en nuestro sector para reducir la siniestrabilidad y mejorar las condiciones de seguridad en las organizaciones?
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