La integración de la igualdad de género en el ámbito de la salud es una estrategia que promueve su integración en la formulación, control y análisis de políticas, programas y proyectos y su objetivo consiste en asegurar el mejor estado de salud posible para mujeres y hombres. La integración de la dimensión de género en la salud es un proceso tanto político como técnico que requiere cambios tanto en las culturas organizativas y en las formas de pensar, así como en los objetivos, estructuras y asignación de recursos (OMS, 2002).
Hay que estudiar los distintos patrones sobre cómo enferman mujeres y hombres, investigando para ello las áreas más relevantes en las trabajadoras. La importancia del análisis de las nuevas formas de organización del trabajo se ha puesto de manifiesto, entre otros, en el Marco Estratégico de la UE en materia de SST, 2021-27.
Desde el punto de vista del marco legal vigente no existe una norma específica de riesgos laborales por género. Se solía pensar que las diferencias biológicas de ambos sexos se resolvían mediante medidas de prevención enfocadas a la protección del embarazo y la lactancia. Pero si queremos implementar en nuestras organizaciones medidas eficaces para proteger a las trabajadoras será necesario incorporar la perspectiva de género a todos los niveles, lo que nos permitirá avanzar y mejorar las condiciones de trabajo actuales.
Los riesgos a los que están sometidas las mujeres en el trabajo aparecen recogidos en la figura 1.
En esta materia resulta de gran interés comprobar si realmente tiene efecto la Ley Orgánica 3/2007 para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres en materia de salud de la mujer: de forma directa (previsiones específicas sobre política sanitaria) e indirecta (acoso por razón de género y sexual y su prevención, como focos específicos de riesgo para la salud mental de la mujer dentro de los denominados riesgos psicosociales). Esta ley ha incorporado el principio de transversalidad de género en el ámbito de la salud laboral.
Entorno laboral
Debido, primero, a la revolución digital y, después, a la COVID-19, ha cambiado nuestro entorno laboral y, con ello, las formas de organización del trabajo. Las TIC han revolucionado el trabajo ya que permiten conectarnos con los responsables y compañeros/as de trabajo, en cualquier momento y a cualquier hora, facilitando así la intromisión del trabajo remunerado en los espacios habitualmente reservados para la vida familiar y personal, que dificultan la conciliación laboral sobre todo en el caso de las mujeres.
Esta adaptación a las TIC ha modificado nuestro concepto ya clásico de entorno laboral y exige un importante esfuerzo de evolución constante, sin olvidarnos de las diferencias qué estos ocasionan en mujeres y hombres.
Precisamente, uno de los principales problemas para las teletrabajadoras es el doble rol (doble presencia) que debe ser controlado a través del engranaje de la prevención en la empresa. Se debe actuar en la importancia que una adecuada y correcta formación en PRL puede aportar a eliminar las desigualdades de género en el ámbito laboral, integrando la perspectiva de género en su cultura empresarial al más alto nivel. Se trata de un cambio de mentalidad que sin duda posicionará a aquellas empresas que realmente apuesten por un ejercicio de concienciación colectiva y de poner en el centro el cuidado de la salud mental de nuestros trabajadores/as.
El uso de las TIC en el teletrabajo puede traer sin duda aspectos positivos, si son bien entendidas y aplicadas, y sobre todo si se toman medidas de evaluación psicosocial serias y pormenorizadas, igual que vigilamos y controlamos los riesgos de tener un accidente o sufrir una enfermedad profesional. Sino es obvio que abren la puerta a riesgos de carácter psicosocial, como son el tecnoestrés o el “workalcoholic” que frecuentemente afectan más a las teletrabajadoras.
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