Salvo en raras excepciones, esto es, en oficinas con sistemas de ventilación mecánica con recuperación de energía que disponen de filtración y un tratamiento de aire adecuado: donde el proyectista ha evitado una excesiva estratificación del aire en calefacción y mantiene bajas velocidades de aire en conductos y dentro de los espacios ocupados; donde los filtros se limpian y sustituyen con la frecuencia suficiente; donde los locales se encuentran en presión positiva; donde el nivel sonoro de la oficina, en plena ocupación, permite mantener una conversación entre dos personas en voz baja; y donde los parámetros de calidad de aire interior se miden, se monitorizan y se les presta atención por las personas responsables de la salud de sus trabajadores, con capacidad de decisión; salvo en estos casos excepcionales, en la mayoría de las oficinas hay una mala calidad de aire interior.
¿Hay algunas oficinas más en riesgo que otras?
Sin duda, todas las que se encuentran a pie de calle o en primeras plantas de edificios en las ciudades, puesto que sus trabajadores respiran, entre otros, grandes cantidades de inquemados de gasóleo (hollín), metales o restos de neumáticos, debidos al tráfico rodado. Estos materiales, entre otros, forman el conjunto de partículas por debajo de 2,5 micras (PM 2,5), cuyos nuevos límites máximos han sido publicados por la OMS en el 2021, límites mucho menores que los hasta ahora establecidos en Europa, y que diariamente se sobrepasan en las calles de muchas ciudades españolas, algunas de las cuales llegan a tener “más hollín del diésel dentro de las aulas que en las calles”. A estos contaminantes hay que sumar gases como los óxidos de nitrógeno (NOx), SO2 y otros, causados también por el tráfico rodado o por los sistemas de calefacción y ACS basados en combustible fósil.
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