Hay quien piensa ahora que la pandemia le puede servir para ser más feliz. Tal vez alguien más piense así cuando termine de leer este artículo. Es verdad que la situación crítica vivida durante el primer abordaje de la pandemia del Covid-19 ha sacado lo mejor y lo peor de muchos, así que ahora es el momento del análisis, la reflexión, el aprendizaje y la mejora.
Sabemos que alrededor de un 20% de las personas infectadas han sido trabajadores sanitarios. Eso parece un claro indicio de que se pueden hacer mejor las cosas para cumplir con la obligación legal de garantizar la seguridad y salud de los trabajadores. A continuación exponemos nuestra opinión al respecto de la gestión realizada por los responsables de los centros sanitarios y asistenciales, tanto públicos como privados. En este contexto incluimos por un lado a los responsables políticos, que deben tomar las decisiones estratégicas apropiadas para la mejora de la salud pública (es decir, de todos los ciudadanos, incluidos los trabajadores sanitarios) así como hacer el seguimiento de su implantación. Y por otro lado también nos referimos a los responsables técnicos que bajo su dirección está la gestión del presupuesto asignado, la gestión técnica, la gestión de personal y también, al menos moralmente, la responsabilidad de promover en sus responsables políticos las mejoras necesarias.
Evaluación y planificación
Todos los centros de trabajo deben contemplar en su evaluación de riesgos y su planificación preventiva las medidas de emergencia (art. 20 LPRL), que en un hospital deben incluir obviamente cuestiones como una epidemia (una pandemia es una epidemia a escala global). Por lo tanto, deberían haber dispuesto de equipos, materiales y EPIs apropiados en cantidad suficiente (Ley 31/95, art 17), sobre todo los básicos y de uso generalizado (guantes para virus, mascarillas para bacterias y virus, batas impermeables para bacterias y virus) así como los equipos de trabajo (respiradores), las instalaciones (previsión de aumento de camas de UCI…) y procedimientos apropiados en los que se deben integrar los aspectos preventivos, junto con los operativos (refuerzos de personal, redistribución de puestos y funciones, actualización de la formación). Esta responsabilidad afecta al empresario, lo que supone como mínimo y empezando desde de abajo: servicio de prevención, dirección del hospital y consejería de sanidad.
Ahora bien, también hay que valorar si el servicio de prevención disponía de los recursos necesarios (suficiente personal, disponibilidad presupuestaria, protocolos y autorizaciones de compra) para atender esta cuestión, además de las cotidianas (evaluación de riesgos, planificación preventiva, plan de emergencia, plan de seguridad y salud) en tiempo y forma.
Desabastecimiento de EPI
Es verdad que se ha producido una situación global de desabastecimiento de EPI, en parte por la voracidad depredadora del mercado, y hemos visto cómo los trabajadores carecían de los EPI necesarios. Y también es cierto que ha habido una política de compras centralizadas por parte del Ministerio. Pero esto, en lugar de excusar a los gestores en realidad pone en evidencia su imprevisión y su desacato de la ley. Y a quien argumente que no se puede prever una pandemia, se puede responder que, tal como explicamos antes, una pandemia es una emergencia previsible justamente en el ámbito sanitario, pues constituye uno de sus riesgos, y por tanto hay que evaluarlo y planificar las medidas apropiadas para afrontarlo, igual que se hace con los terremotos en las regiones sísmicas, o en la construcción de puentes e infraestructuras públicas considerando periodos de retorno de hasta 500 años. Y aunque lo anterior afecta tanto a centros públicos como privados, recordemos además que los centros privados tienen libertad para adquirir lo que consideren oportuno.
¿Qué pasaría si los cirujanos no dispusieran de escalpelos, gasas o elementos de sutura cuando los necesitan y los improvisasen con lo que encontrasen en su entorno en momentos de urgencia? No sé si alguien se los imagina operando con un cuchillo, un pedazo de sábana, o aguja e hilo de costura.
El desabastecimiento de EPI ha provocado que en algunos casos no se hayan utilizado EPI, en otros se hayan utilizado EPI inapropiados (mascarillas quirúrgicas en lugar de FFP2 o en lugar de FFP3) y en otros EPI improvisados artesanalmente (bolsas de basura y plásticos pegados con cinta adhesiva), careciendo por tanto de garantías respecto de su adecuación, así como de información sobre los riesgos intrínsecos de los mismos, por ejemplo: deshidratación al cubrirse el cuerpo con bolsas de plástico o con EPI impermeables y poco transpirables. De hecho, el miedo a infectarse por estas causas ha provocado que algunos trabajadores se negasen a beber y rehidratarse, lo que ha provocado casos de colapso y también, aunque menos evidentes, errores técnicos o de toma de decisiones, así como un clima laboral más enrarecido por la fatiga física y mental asociadas.
Algunos gestores se han escudado diciendo que la compra de EPI estaba centralizada por el Ministerio. Otros gestores se han escudado en el hurto de los EPI para excusar su carencia. Y otros gestores argumentan, apoyándose en datos del stock, que los EPI estuvieron disponibles, aunque muy pocos son capaces de aportar evidencias de su entrega a los trabajadores. Y es que el mero hecho de que los tengamos almacenados no implica que los trabajadores dispongan de ellos en el momento y en el lugar precisos cuando surge la necesidad. Por un lado, la gestión del stock debería incluir su custodia y la administración de medidas disciplinarias a los responsables de la misma en caso de mermas indebidas; y por otro lado, es también esencial la gestión del proceso de puesta a disposición, que incluye la detección de necesidades, la comunicación de las mismas y la distribución de los EPI. Y común a ambos procesos (gestión del stock y gestión de la puesta a disposición) es la trazabilidad de ellos, que permitirá detectar los aspectos de mejora, además de proporcionar evidencias de la entrega de los EPI.