Los diseños de edificios de oficinas se abordaban en el pasado dejando de lado consideraciones sobre calidad de aire interior. Durante décadas la gestión de las instalaciones en estos inmuebles se ha centrado principalmente en el confort térmico, la eficiencia energética y maximizar ingresos. Por este motivo, la filtración quedaba fuera de los planes de mantenimiento de los edificios.
El hecho de no tener una buena filtración del aire, complementaria a sistemas de ventilación, supone riesgos para la salud laboral, que además tiene implicaciones negativas en la productividad de los trabajadores.
Durante la pandemia esto se resolvió parcialmente con la opción de filtros individuales (las mascarillas), una medida de contingencia, pero no estructural. En cambio, las tecnologías de filtración del aire no se hicieron un hueco importante en las instalaciones de calefacción, ventilación y aire acondicionado (HVAC). El ambiente laboral exige mayores niveles de calidad de aire interior; el rendimiento de los filtros refleja avances tecnológicos, pero la falta de mantenimiento adecuado puede tener consecuencias tanto en la CAI, como en la eficiencia energética.
Las personas que trabajan en oficinas pueden percibir el confort térmico, pero percibir la calidad de aire interior es más complejo, pues los efectos no son inmediatos. Por eso es necesario medir la CAI, y observar señales como suciedad acumulada en rejillas, paredes, cortinas o ventanas, humedades en paredes, olores, etc.
El precio de la inacción
Durante años se ha conservado un modelo empresarial de gestión de instalaciones basadas en filosofías de mantenimiento poco efectivas, reutilizando filtros desechables, desconectando manómetros, subvencionando medidas reactivas, como la limpieza de serpentines y conductos, y centrándose en reducir costes, frustrando las reposiciones y actualizaciones de filtros y, por tanto, las mejoras de la CAI.
Emprender mejoras de la calidad del aire en edificios de oficinas no es fácil si esas prácticas antiguas no se revierten. La prevalencia de fallos crónicos de los filtros, de etapas de filtración insuficientes, de un rendimiento deficiente de los filtros y de instalaciones con fugas, han contribuido al deterioro del aire que nos rodea en espacios interiores. También lo ha hecho el ignorar los signos de una mala calidad del aire. Deberíamos reflexionar sobre las partidas asignadas a la filtración en los presupuestos de mantenimiento y contrastar esa inversión con el aumento del coste por absentismo por cuestiones de salud relacionadas con una mala CAI, y con la menor productividad.
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