El sector eléctrico se ha caracterizado, desde sus orígenes, por un alto compromiso hacia, y por, la seguridad y salud laboral. Las antiguas normas «AMYS», redactadas por la Comisión Técnica Permanente de la Asociación de Medicina y Seguridad en el Trabajo, constituida en los años 60 en el seno de la extinta UNESA (Patronal del sector Eléctrico Español), marcaron un criterio técnico y de seguridad para todas las empresas del sector, además de ser un ejemplo de colaboración sectorial y transmisión del conocimiento colectivo.
En el actual marco de la Ley 31/1995 de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos Laborales, el Real Decreto 614/2001 de 8 de junio, que establece las disposiciones mínimas para la protección de la salud y seguridad de los trabajadores frente al riesgo eléctrico, pone el foco en preservar la seguridad de los trabajadores en un sector que convive con un peligroso compañero, invisible y sigiloso, que da pocas pistas sobre su presencia: el riesgo eléctrico.
Riesgo prevalente
El riesgo eléctrico es un riesgo prevalente en las actividades del sector, si bien en ocasiones puede ser concurrente con otros de especial relevancia, como el riesgo de caída en altura por trabajos en torres de alta tensión o en transformadores de potencia. Riesgos físicos que han sido ampliamente evaluados y analizados con los modelos de gestión de la prevención más “tradicionales”, a través del diseño y evolución de procedimientos de trabajo “seguros” y consolidados en el sector, que requieren de un conocimiento especializado de las personas que los ejecutan. Su alta formación y cualificación permite una mayor capacidad para actuar de forma reflexiva, facilitando el análisis y la toma de decisión en momentos decisivos, en los que un error puede tener graves consecuencias.
Pero no siempre hay que considerar que el error debe estar asociado a una mala planificación, o descripción del procedimiento de trabajo. Su origen puede estar los riesgos psicosociales, de contorno y transversales a cualquier actividad, asociados a unos factores que pueden llegar a determinar el comportamiento de las personas e influir sobre su percepción del riesgo, al afectar a su bienestar físico y psicológico. Pueden llegar a ser causa de accidentes de trabajo, o afectar a la seguridad integral de las infraestructuras eléctricas, que son críticas en nuestra sociedad electrificada.
Entorno psicosocial
Actuar sobre el entorno psicosocial ha sido una preocupación histórica del sector, pero se refuerza como consecuencia de la COVID-19, en el que la falta de contacto social y el aislamiento, así como la incertidumbre generada, ha influido de manera notoria en nuestra salud mental. Se ha vuelto, por tanto, imprescindible trabajar en la gestión de las emociones a través de la interiorización de recursos que ayuden a manejar las tensiones del día a día, como fundamento del bienestar individual y del funcionamiento eficaz colectivo.
La COVID-19 ha servido también de catalizador de la digitalización, impulsando un nuevo paradigma de disrupción, que ya estábamos empezando a vivir al amparo de la Industria 4.0, o “cuarta revolución industrial”. La pandemia nos ha descubierto escenarios que han convertido la flexibilidad, la agilidad y la adaptación constante, en competencias básicas de la transformación digital que, aunque nos presenta grandes retos, también ha generado nuevos riesgos asociados al uso de la tecnología, con los que debemos aprender a convivir de forma saludable.
Innovación en seguridad y salud
En este contexto, el mundo de la seguridad y salud no puede mantenerse ajeno al entorno de oportunidad. Apostar por la innovación en seguridad y salud se hace casi obligado, como un factor diferencial de crecimiento, sobre todo ahora que se nos abre una línea de actuación en la que confluyen, más que nunca, la tecnología y las personas.
Disponer de una estrategia específica nos puede ayudar a explorar todo el potencial de la innovación en seguridad y salud, a identificar las necesidades y a definir nuestro propósito (el por qué, el para qué y el cómo) coordinando las necesidades y oportunidades (en forma de valor al “negocio”) con las posibilidades (recursos) que cada organización tiene a disposición, tanto tecnológicos como culturales.
Del propósito a la acción: ¿qué estamos haciendo?
Desarrollos de conectividad para «equipos de protección inteligentes»; herramientas que nos permiten «visualizar el riesgo eléctrico» con realidad aumentada; drones en tareas de mantenimiento que reducen la exposición del personal al riesgo de trabajos en altura; el uso de visión artificial y “deep learning” para la supervisión automatizada de los trabajos; o aplicaciones con inteligencia artificial, son ejemplos de utilidades que se están explorando actualmente en el sector, generando grandes expectativas de futuro.
Impulsar la innovación desde la integración, el acompañamiento y la diversidad de un ecosistema amplio, abierto y colaborativo, nos permitirá abordar todos estos retos desde diferentes perspectivas, potenciando la creatividad para «soñar el futuro» aspiracional y así construir un presente que nos convierta, a todos, en organizaciones cada vez más seguras y saludables.